confirman la prisión permanente para el “monstruo” que la mató

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30/09/2022 a las 05:00

CEST


La pequeña tenía 13 años, un vecino la raptó cuando bajaba por la escalera del portal | «Hay veces en que un sepulcro encierra dos corazones en el mismo ataúd», lamenta su madre

«Que cada hora sientas el terror que sintió mi Laia contigo y el dolor de mi hijo, su hermano. Nadie te va a querer nunca, te deseo soledad eterna». Se llama Sonia, es la madre de Laia, de Guillem. El chico sale adelante con esfuerzo, crece, camina, como puede, marcado por el dolor. Laia no. La asesinaron en junio de 2018, cuando bajaba por la escalera del portal tras pasar la tarde con sus abuelos. El vecino del piso de abajo abrió la puerta mientras la niña pasaba, la cogió por la fuerza, la raptó. Su padre la esperaba fuera, en el coche para ir a casa, a escasos metros del portal. Tenía 13 años. No llegó.

Juan Francisco López Ortiz, su asesino, cumple condena. El Tribunal Supremo acaba de confirmar que no saldrá de prisión al menos durante los próximos 25 años y quizá nunca. «El monstruo que destrozó la vida de mi hija», cuenta Sonia, con más dolor que rabia, a CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación. «No hay condena que pague esto… A Laia no me la van a devolver. No vuelve a vivir. Laia se fue igual, sufrió igual, ha perdido la vida igual…», su voz tiembla, «demasiado dolor». 

Tres sentencias describen el asesinato como atroz. La pequeña fue hallada en su casa, ya sin vida, cuando intentaba meter su cuerpo en una maleta. Nada más detenerlo, negó los hechos; luego confesó el crimen, pero dijo que pensaba que la niña era un ladrón que había entrado en su casa. Le declararon culpable. Recurrió. La última sentencia, firme, del Alto Tribunal, confirma la prisión permanente revisable por asesinar de una forma cruel, despiadada y perversa a la menor. Antes, la violó.

Varias fotos del álbum familiar de Laia. | CASO ABIERTO

4 de junio de 2018. Laia, como muchos otros días, pasa la tarde con sus abuelos en un conocido barrio de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). «Mamá, dile a la niña que baje, que ya estoy llegando». Es el padre de la pequeña que, como siempre, la va a recoger. Normalmente deja el coche en el mismo portal. Ese día, unas obras le obligan a aparcar unos metros más adelante.

Avisada, Laia se despide de sus abuelos. Mañana más. Les besa y, tras cruzar la puerta, baja el primer escalón. Sus abuelos viven en el segundo, son dos pisos hasta llegar al hall. La abuela de Laia, corre, como siempre, a la ventana para verla salir por el portal. Solo pasan un par de minutos cuando su hijo -el padre de Laia- vuelve a llamar.

«Ya ha bajado». Su abuela vuelve a la puerta, «¡Laia» «¡Laia!», no hay respuesta de la pequeña, Laia no está. Un vecino, del primero, que sube la escalera en ese momento, les dice que no se ha cruzado con la niña. Arrancan las dudas, quizá ha salido y no la han visto. Su abuela, desde el minuto uno, señala que ella estaba en la ventana, que no la ha visto salir.

Laia fue adoptada con 14 meses, desde entonces siempre vivió en Vilanova i la Geltrú. | CASO ABIERTO

Puerta por puerta

La búsqueda arrancó de forma inmediata. Aunque nadie la vio salir, por si era un error, se recorrieron las calles aledañas. Sin rastro. Policía Local se unió a la búsqueda, también algunos familiares. No aparece, Laia no está.

Mientras sus padres interponían la denuncia por desaparición ante Mossos d’Esquadra, dos tíos de la pequeña, acompañados de los agentes locales, centraron la mirada en el portal. Llamaron puerta por puerta. No era difícil. Por cada planta había dos.

En el segundo piso la niña no estaba, pues una de las viviendas era la de los abuelos y su abuela la había visto bajar. Enfocaron al primer piso. Uno era del vecino que entró en el mismo momento y aseguró que no se había cruzado con ella, el otro tardó en abrir.

En esa casa estaba Juan Francisco López. No vivía en la vivienda, era hijo de los propietarios. Había regresado de un viaje a China y había acabado allí. Estaba solo en el domicilio -aunque pocos lo sabían- porque su padre acompañaba a su madre en sus últimas horas de vida en un hospital.

Olor a lejía

El suelo estaba mojado, el cubo de la fregona tenía agua teñida de rojo y un fuerte olor a lejía impactó a todos nada más abrir. Esquivo, no lo puso fácil, pero lograron entrar: Laia apareció, estaba ahí. Fueron solo dos horas lo que duró la búsqueda, pero ya no pudo hacerse nada por la pequeña.

Estaba en una habitación, sentada en el suelo con los pies juntos y el cuerpo hacia adelante; «su cabeza estaba dentro de una maleta, como si hubieran intentado introducirla en el interior», describió un agente en sede judicial.

Laia junto a Sonia, su madre. | CASO ABIERTO

Cruel, perverso y despiadado

La descripción de la escena, desgarra. «Se trató de un acto cruel de principio a fin y con una maldad absoluta sabiendo lo que hacía, como lo hacía y lo que estaba sufriendo la niña«, afirma la sentencia del Tribunal Supremo.

Describir el horror que vivió Laia se antoja imposible. Tremendamente doloroso. Fue violada, murió por asfixia, aunque tenía multitud de golpes y cuchilladas, fruto de un «monstruoso ensañamiento», calificado de «despiadado» y «perverso» por el Alto Tribunal. Se considera probado que Juan Francisco López abrió la puerta cuando la niña pasaba por delante de ella -cuando bajaba para encontrarse con su padre- y la introdujo por la fuerza en la vivienda. La agredió sexualmente. La golpeó, la acuchilló y la mató.

«Nuestra condena es peor»

«Durante el día», se duele Sonia, «puedo pasar por todos los estados de ánimo posibles, excepto el de la alegría. Aparece la rabia, el dolor, la tristeza, la ansiedad». Intenta salir adelante, pero no puede, «me levanto cada día con ganas de no hacerlo, lo hago por obligación».

Juan Francisco cumple la máxima pena, «pero la nuestra es peor», afirma Sonia. «La peor condena se la ha llevado Laia, primero. Y su hermano después. Le tocó crecer de repente. Que el esté encerrado no repara mi daño».

El asesino, daría un sinfín de versiones, para evitar ser juzgado. La primera, cuando le detienen, cuando encuentran a la pequeña en su casa. Aseguró que se encontró a la niña en la cama cuando entró, y que no encontrarían pruebas que le fueran a incriminar. «Lo único positivo, y que pienso, es que él está encerrado, y mi hijo no se lo va encontrar por la calle», cuenta a CASO ABIERTO Sonia, su madre.

Sonia junto a Laia en una foto de su álbum familiar. | CASO ABIERTO

Laia tenía 13 años, era una «niña feliz». Nació en China, con 14 meses fue adoptada, creció y vivió siempre en Vilanova i la Geltrú. Vivaracha, alegre, fuerte, valiente, nada la frenaba. Solo una cosa, la oscuridad. Su miedo a la falta de luz, a lo desconocido, desmontaba la segunda versión que su asesinó dio, que la pequeña se coló por iniciativa propia en su casa y la conó porque la confundió con un ladrón.

Disfrutaba de la vida, «iba a inglés, le encantaba ir a la academia», cantaba, bailaba, y «era muy, muy cariñosa con todos nosotros», recuerda su madre. Se había apuntado a teatro. «Había coincidido con una compañera que se cambió de colegio y, bueno, estaba muy feliz». Tenía sueños, y objetivos, muchos: «cada día quería ser algo diferente de mayor. Un día quería ser médico, otro día te decía que quería tener una tienda de ropa, yo le decía, mejor que sea online…». Se fue sin cumplir los 14 años. No hay día que Sonia no la recuerde. Caminan juntas. «Hay veces que el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd».

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